¿Dónde fallan las medidas contra la violencia de pareja?
La violencia de pareja es uno de los problemas més graves de nuestra sociedad. Afecta a muchas mujeres y algunos hombres, y desde hace años se está intentando resolver de manera parcial e ineficaz. En este artículo establezco el marco en el que se produce la violencia machista e intento explicar por qué las medidas que se han diseñado para arreglar el problema no están funcionando.
¿Por qué «violencia de pareja»?
No he encontrado ninguna definición de «violencia» que sea adecuada. Las 5 que he visto se quedan cortas, son poco descriptivas o son tautológicas: definen la violencia como «calidad de violento». Es decir, no definen. Pero más o menos podemos decir que es el uso de la fuerza física o verbal, ejercida a menudo de manera desmesurada, y que puede provocar daños.
El programa político de un partido de la extrema derecha que ha irrumpido en España (VOX) contiene un apartado sobre este tema. Más o menos viene a decir que las medidas para acabar con la violencia contra las mujeres discriminan a los hombres. No solo es una afirmación absurda: ni siquiera está bien explicada. ¿Quizás querían decir que todas las personas tienen el mismo derecho a estar protegidas de la violència? Estaremos de acuerdo. Pero es innegable que la violencia que sufren las mujeres en manos de su pareja masculina es mucho más grave y necesita un análisis particular.
He utilizado violencia de pareja porque otrs términos no me parecen bien delimitados. La violencia de pareja tiene un marco propio: la pareja. Una mujer se puede sentir amenazada en la calle pero sentirse segura quando llega a casa. Porque en casa puede encontrar a su pareja que la escucha, comparte su sufrimiento, la apoya y la acompaña a poner una denuncia. Pero cuando es la pareja quien ejerce la violencia el marco cambia. Con la pareja se supone que hay una relación diferente de la que hay con cualquier otra persona: una confianza, una intimidad, un compromiso, etc. Recibir malos tratos por parte de esta persona especial es mucho más doloroso. Por eso conviene resaltar las diferencias con otras formas de violencia machista.
La normalización de la violencia contra las mujeres
En 2008 TV3 (la televisión pública de Cataluña) recuperó un reportaje sobre violencia de pareja de principios de los 80. El objetivo era ver cómo había evolucionado la visión social de este fenómeno a lo largo de los años. Hubo 3 testigos de 3 hombres violentos, con comentarios tan escalofriantes que, 8 años después, todavía los recuerdo textualmente:
- «Empecé a pegar a mi mujer cuando dejó de hacerme la comida, de lavarme la ropa y de obedecerme«.
- «Yo a mi mujer la pego lo justo: 2 o 3 veces por semana«.
- «Vale que algunos hombres se pasan cuando pegan a su mujer, pero también hay mujeres que van por ahí provocando«.
Después de la rabia inicial al escuchar estos comentarios vale la pena detenerse y hacerse dos preguntas: ¿qué tienen en común y qué esconden detrás?. Y la respuesta es que estos hombres han encontrado un motivo para pegar sus mujeres, y que lo han normalizado. No ven que esté mal hecho. Por lo tanto, no entienden que ahora se les diga que no deben hacerlo. Sobre todo porque «se ha hecho toda la vida y nunca había habido ningún problema«.
Otro problema que se relaciona con la violencia de pareja es la visión social de la relación de pareja. Es una relación que, en parte, se basa en el miedo a la soledad y en la exigencia al otro de que se adapte a nuestras expectativas. Pero este es un tema complejo, que merece un artículo aparte en este blog.
Por qué las medidas contra la violencia de pareja no funcionan
Este gráfico muestra la evolución de la ratio anual por millón de mujeres asesinadas en manos de su pareja. Se observa como, con subidas y bajadas, la violencia de pareja se mantiene. Esto, a pesar de los esfuerzos sociales y legales para erradicar el problema. No quiere decir que no se haya ganado nada: cada vez hay más denuncias (lo que significa que las mujeres utilizan los recursos de protección) y cada vez hay más conciencia social de la gravedad del problema. De todos modos los casos reales son muchos más de los que se denuncian.
¿Y por qué las medidas no funcionan? Porque no se aborda el problema, sino sólo sus consecuencias. Hay muchas medidas para ayudar a las mujeres víctimas de violencia de pareja (y con toda la razón del mundo) pero no se tiene en cuenta que el hombre violento también es parte de la situación. Al maltratador se le aparta, se le insulta y se le animaliza. Sin tener en cuenta que él también tiene un problema. O, mejor dicho, tiene dos.
Por un lado, un problema con su concepto de relación de pareja. Cree que su mujer es una propiedad, que le debe obediencia y sumisión. Esta creencia está muy arraigada y da lugar a una actitud de posesión. La actitud genera una motivación de control. De esta motivación surge una intención de controlar de manera efectiva. Y la intención da lugar a la conducta violenta. La violencia en sí misma es el otro problema.
Si la cadena de la violencia de pareja es creencia → actitud → motivación → intención → conducta, ¿por qué sólo nos preocupamos del último eslabón?
Qué medidas habría que añadir
No es que lo que se hace ahora esté mal. Es que se queda corto. Supongo que nadie duda de que la prioridad en una situación de violencia de pareja es proteger a la víctima. Esto es -o debería ser- indiscutible. Pero ¿después qué? Pensamos que el hombre violento dejará de ser violento sólo porque lo hemos separado de su mujer?
Hay que empezar con prevención, desde la infancia. Educar en la igualdad y en la autoestima (a los niños y las niñas) es la clave. La autoestima sirve para que las personas aprendan a no depender emocionalmente unas de otras. Se construyen relaciones de pareja basadas más en la libertad y menos en la necesidad.
Cuando hablas con un hombre que maltrata a su mujer ves que el ejercicio de la violencia es la punta del iceberg. Rascando un poco descubres que, a menudo, detrás de la violencia, hay miedo. Miedo de encontrarse solo, sin nadie que lo cuide o que le ayude. ¿Cuál es la creencia? «Mi mujer debe cuidarme«. Pero muchos hombres no quieren manifestar miedo, porque piensan que un hombre no puede tener miedo (otra creencia). La violencia es la manera que tienen de enmascarar el miedo.
Ejerciendo la violencia quieren asegurarse de que su mujer estará siempre a su lado. No estoy disculpando ni justificando los malos tratos. Sólo explico por qué se producen como punto de partida para intervenir. Una intervención mediante la cual los hombres deberán asumir varias cosas, por orden secuencial:
- Que la violencia no es aceptable. Bajo ninguna condición. Ni siquiera en forma de control, insultos o amenazas.
- Que la mujer es un ser libre que puede hacer lo que quiera, donde quiera, cuando quiera, como quiera y con quien quiera. Aunque estén casados.
- Que el hecho de que su mujer ejerza la libertad no significa que tenga que abandonarle. Pero que, por otro lado, la mujer tiene todo el derecho de dejarle si quiere.
- Que en el caso de que un día se encuentre sin su mujer, podrá recibir ayuda para aprender a valerse por él mismo.
En definitiva: que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre. Estos son derechos inherentes (nadie se los concede) e inalienables (nadie se los puede quitar). Son suyos. Son derechos humanos. Este aprendizaje no es sencillo ni es rápido. Requiere cuestionamientos personales, tiempo y mucha voluntad.
Fijaros en que hemos ido al principio de la cadena: hemos cambiado las creencias. Por lo tanto también cambian las actitudes y las motivaciones que traducen estas creencias. El hombre ha aprendido a gestionar sus conflictos (los sociales y los interiores) sin violar los derechos de nadie.
Actualmente se está aplicando un programa en el que, mediante la realidad virtual, pretende poner al maltratador en la situación de la víctima, para hacerle aumentar la empatía (la capacidad de sentir lo que siente esta víctima). Los primeros resultados indican que podría funcionar.
Queda una última cuestión por resolver: Si el hombre tiene tanta necesidad de su mujer, ¿por qué los hay que llegan al asesinato? Porque no quieren ver cómo se marcha. Que por ello la pierdan es, en cierto modo, irrelevante. Ya no la necesitan para que los cuide. Lo primero que harán después de cometer el asesinato es entregarse a la policía para entrar en la cárcel, o suicidarse.
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Estic d’acord en gairebé la totalitat de l’article menys en l´últim paràgraf: ells tenen por de veure’s abandonats per les seves parelles (excessiva dependència) però les maten (es queden sense elles igualment). Després s’entreguen a la policia o es suïciden (sense ella no sóc res, que indica molt poca autoestima). Jo hi veig un denominador comú: la nostra societat és masclista en molts aspectes, els fills veuen sovint a casa que el pare, maltractant la mare controla així la situació, mentre ella calla i aguanta. Quan tenen la pròpia llar, sovint tendeixen a imitar aquest comportament «de guanyador». Amigues i conegudes maltractades m’han confessat que la seva sogra va ser maltractada. Si els fills veiessin com la mare deixa el pare maltractador i aquest s’ensorra, potser no veurien tan gratificant aquest paper.
D’altra banda, moltes vegades la dependència de l’home respecte a la dona es dóna en l’àmbit domèstic: molts homes no són capaços d’espavilar-se sols en coses de pura supervivència i busquen i exigeixen que la dóna els ompli aquest buit (masclisme altra vegada, ja que una dóna no sol esperar això d’un home). Crec que s’hauria de començar educant al respecte les noves generacions, com s’està fent en alguns instituts, ja que els models que es viuen a la família són moltes vegades contraproduents i tendeixen a repetir-se.
Exacte! La clau és a l’educació. Als dos sexes, educant en la igualtat a tots els àmbits socials i familiars. I també a les mesures de correcció de les conductes violentes perquè deixin de ser-ho. Aprendre a relacionar-se amb la parella de manera més positiva, i respectant els drets de tothom tant com els propis.
Moltes gràcies pel teu comentari! 🙂