Una bofetada a tiempo
«Una bofetada a tiempo» es una expresión que se ha utilizado mucho para justificar el uso de la violencia con pretensión educativa. Pero la bofetada no sólo no educa, sino que puede tener graves consecuencias en el presente y en el futuro: el niño la puede pasar a considerar «normal» en las relaciones, invalida otros métodos que sí serían realmente educativos, y se contradice con el mantra de que los conflictos se arreglan hablando.
Por qué la bofetada no educa
Intentemos imaginar todo lo que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida. En casa, en la escuela, en el trabajo y en la calle. ¿Cuántas de estas cosas las hemos aprendido gracias a una bofetada? Ninguna. ¡Qué fácil sería dar cuatro o cinco bofetadas a una persona y dejarla preparada para toda la vida! Pero las cosas no funcionan así.
Ahora imaginemos que queremos aprender chino. Podemos ir a una academia, que nos den una bofetada, y ya hemos aprendido el idioma? No. El idioma lo aprenderemos dedicando horas a ensayar los ideogramas, a colocarlos correctamente, a recordar el significado y el sonido de cada uno de ellos y establecer una relación entre cada ideograma y su equivalente en nuestra lengua.
A menudo la bofetada se da con la intención de enseñar a un niño a portarse bien. Pero ¿qué significa portarse bien? Pues por ejemplo, hacer caso a los adultos. Pero no a todos. Sólo a los padres, a los familiares y a los maestros. Ah! Y a los policías. Sólo a los que vayan vestidos de policía. Pero no debemos hacer caso a ningún adulto, conocido o desconocido, cuando nos diga que hagamos algo que nos pueda perjudicar.
Fijémonos en la complejidad del concepto hacer caso a los adultos. Y sólo es una pequeña parte de portarse bien. Debemos enseñar al niño a qué adultos debe obedecer, cómo y cuándo. Y la bofetada no es como un chip, que lleva toda esta información y que insertamos en el cerebro del niño a través de un tortazo. En términos educativos, la bofetada no sirve para nada.
Por qué la bofetada es un acto de violencia
Cuando un adulto da una bofetada a otro adulto lo consideramos un acto de violencia. Si es un hombre que da una bofetada a una mujer nos hierve la sangre y lo encontramos injustificable e inadmisible. Y con toda la razón del mundo. Entonces, ¿por qué no ha de serlo con un niño?
Un niño es más vulnerable y está menos informado de todo (precisamente porque es un niño). Además le duele mucho ver que su referente social, sus padres, le dan una bofetada. Se supone que son quienes deben proteger y enseñarle a ir por el mundo. En momentos de duda o miedo el niño debe poder recurrir a los padres, y hacerlo con confianza.
Cuando hablamos de violencia no significa sólo fuerza física descontrolada. La violencia también puede ser emocional o de actitud. Un cachete, por muy flojo que sea, es un cambio repentino en la relación entre un niño y sus padres. Por lo tanto una bofetada floja no es más educativa que una de fuerte. Ni en un niño, ni en un adulto.
Qué consecuencias tiene en la educación y en la persona
Los niños aprenden por imitación, entre otras vías. La bofetada facilita que el niño valide la violencia como herramienta para conseguir las cosas, y la considere normal en las relaciones entre las personas. Varios estudios concluyen que una gran proporción de los niños que han recibido malos tratos, los ejercen con sus hijos cuando son adultos.
Además la bofetada dificulta que otros métodos más eficaces funcionen realmente. Si no ha recibido ningún castigo físico y se encuentra en una situación en que se le debe castigar, un método como el tiempo fuera (aquello tan practicado de mandarle al rincón de pensar) funciona muy bien. O el coste de respuesta (retirarle un juguete con el que está jugando). Pero en vez de esto se le da una bofetada. En otra ocasión, cuando estas técnicas más eficaces se quieran llevar a la práctica, no funcionarán. ¿Por què? Porque son más débiles que la bofetada. El niño pensará «Si no me dan una bofetada será que lo que estoy haciendo no es tan grave como quieren hacerme creer«.
Está claro que con los niños no se puede negociar como con los adultos, sobre todo cuando son pequeños. Se debe ejercer la autoridad y no siempre les podremos hacer entender por qué hacemos lo que hacemos. La permisividad absoluta, como extremo contrario, también tiene consecuencias negativas. Entre otras cosas enseña al niño que siempre podrá hacer lo que quiera, sin limitaciones.
Por qué se dan bofetadas
Que la bofetada no sea educativa no significa que no tenga ningún efecto. En el fondo, sí tiene un efecto deseado: hace que la conducta que se quiere castigar se detenga inmediatamente. Pero sólo es un espejismo. Los padres han conseguido que el niño deje de hacer aquello que les molestaba, pero no le han enseñado el motivo por el cual era una conducta inadecuada. El niño deja de hacerlo, pero no aprende por qué no lo tiene que hacer.
Por el camino le hemos cargado todos los efectos negativos de la bofetada y sólo un efecto positivo. Pero este efecto positivo se podía conseguir de otras maneras, con muchos más efectos positivos y sin los negativos. El castigo físico es poco eficiente. Es como apagar una cerilla con un cubo de agua.
Muchos de los padres que lo hacen afirman que es cuando han perdido los nervios. Por desesperación. El tortazo no está planificado, sino que responde a un impulso. Con ello los padres admiten, indirectamente, que el problema lo tienen ellos y no el niño. Se encuentran con una falta de recursos y responden como les dicta su impulso. Con la bofetada descargan la tensión. Y la prueba de ello es que a veces se arrepienten inmediatamente después. Nunca antes.
Pero también hay un reforzamiento social: algunas personas parecen estar orgullosas de haber recibido unas cuantas bofetadas cuando eran niños, como prueba de que han sido bien educadas. Y lo hacen contraponiéndolo con los niños que no han recibido nunca ninguna, como si hubieran de estar necesariamente mal educados. Recuperando la comparación con los adultos, no hay adultos que estén orgullosos de haber recibido una bofetada cuando ya eran adultos.
Cómo educar a un niño de manera más eficaz
No aplicar castigos físicos no quiere decir que no se tenga que castigar. Aunque los expertos consideran que los métodos positivos deben ser prioritarios, aparte de ser más eficaces (como el reforzamiento de las conductas aceptables), a veces el castigo se convierte en una técnica útil. Como decíamos unas líneas más arriba, el tiempo fuera o el coste de respuesta.
El tiempo fuera consiste en tener el niño fuera la actividad, pero viendo como los demás se divierten mientras él se aburre. Castigarlo en la habitación donde tiene montones de juguetes que le gustan no es un castigo. Al contrario. Para que funcione debe durar un minuto por cada año de edad del niño (si el niño tiene 5 años, 5 minutos al rincón de pensar).
El coste de respuesta es la retirada de un juguete o una actividad que le gusta. Cuando se le quita la videoconsola o se le deja sin piscina, se le está aplicando un coste de respuesta.
Pero la manera de educarlo dependerá de qué queramos hacer con cada una de sus conductas:
- Queremos que deje de hacerlo inmediatamente (como cuando insulta o agrede a alguien, o cuando se pone en peligro): Castigo.
- Queremos que deje de hacerlo, pero en realidad no perjudica a nadie (como cuando se tira al suelo y se pone a llorar porque no le compramos un helado). La técnica de la extinción, que consiste en no hacerle caso. Al cabo de unos minutos se calmará.
- Queremos que haga más veces algo (como cuando ha ordenado su habitación). Reforzamiento. Felicitarle con palabras o darle algún obsequio.
- Queremos que haga menos veces una cosa, que por sí misma no es mala, pero tampoco queremos que la haga en exceso (como cuando interviene tantas veces durante una conversación que no deja hablar a los demás). Reforzamiento diferencial de tasas bajas: le reforzamos sólo algunas de las veces en que lo hace.
¿Y si de todos modos queremos aplicar el castigo?
Para que el castigo sea eficaz ha de cumplir una serie de condiciones:
- Ha de ser inmediato: No tiene sentido castigarlo hoy por algo que hizo la semana passada.
- Ha de ser proporcionado: En función de las consecuencias ha de ser un tipo de castigo u otro -por ejemplo, si ha ensuciado algo a propósito, que lo limpie-.
- Ha de ser intenso: Si le ponemos un castigo flojo se acostumbrará y dejará de tener efecto.
- Ha de ser persistente: Castigarle sin jugar una hora y levantarle el castigo al cabo de 20 minutos es una pérdida de autoridad de los padres y una manera de decirle que aquello que había hecho, en el fondo, no era tan grave.
Y sobre todo, una cosa muy importante: que el niño tenga claro, siempre, que le queremos. Y que le protegemos. Incluso cuando se porta mal. Intentemos no jugar con el «si no te portas bien no me gustas» porque estamos jugando con el miedo más importante que tiene un niño: el miedo a quedarse sin sus padres.
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